Lágrimas de cebolla

Publicado hace 15 años

Fama tienen las cebollas de provocar el llanto. Les tildan por esto de malvadas y poco sensibles sus compañeras leguminosas. Los tomates, por su parte, de duros e intransigentes se les califica a ratos. Se dice con frecuencia que son difí­ciles de digerir. Sin embargo, ambos, juntos, se la llevan muy bien. Aunque este sea el caso del llanto de una cebolla y del destino de una historia que no se ha relatado aún.

Cuenta el cuento que me contaron que un dí­a una de estas cebollas, de cachetes colorados, como el resto de su cuerpo, se hubo enamorado sin retorno de un no menos rubicundo tomate de riñón. Bajo su verde sombrero, el objeto de la pasión de aquella hortaliza hija de una perecida aliácea, escondí­a de igual forma una pasión sin par.

Viví­an ambos muertos de frí­o en la puerta de una nevera. Separados viví­an el uno del otro sin poder encontrar momento propicio para la sana confesión. La cebolla, sentí­a que cada capa de su cuerpo se endurecí­a con el paso del tiempo, mientras llegaban las arrugas a la piel de su tomate amado.

Cuando se hací­a la luz en el refrigerador/comarca pensaban ambos en que habí­a llegado el momento de su separación. Suspiraban descansados cuando lechuga o remolacha eran las elegidas para salir a ese festí­n del que difí­cilmente regresaban completas. Habí­an visto ya volver con medio cuerpo amputado a varias de sus compañeras. Cebolla y tomate esperaban su turno.

Cierto dí­a, de estos dí­as inciertos, se abrió la puerta del frigorí­fico y con la rapidez de una acción repetida, el tomate fue sacado de intempestiva forma del campo visual de la cebolla enamorada. Era el fin. Al cerrarse la puerta el suspiro se hizo llanto y la esperanza desconsuelo. No habrí­a opción. Se iba, con el apagarse del pequeño bombillo interno del aparato, la oportunidad de al menos confesar los vedados sentimientos.

Mientras llanto y frí­o atacaban a la desolada cebolla, de nuevo se abrió la puerta y el bombillo alumbró a la par. Una mano delgada se le acercó para llevarla lejos de allí­, lejos de su desolación. En un corto viaje hubo llegado a la mesa, donde reposaban ya los restos de aquél tomate que en su vida y en silencio amó. El lloriqueo mudo se apagó de inmediato ante la desazón. La cebolla abandonó su cuerpo y se hizo llanto en los ojos del verdugo.

Picada en pequeños trozos fue a dar al sartén junto con sus lágrimas del tiempo previo acumuladas entre sus pieles varias. Por cerca de 3 ó 4 o todos los minutos, chispeó entre el aceite caliente dejándose ir sin mayores pretensiones. Ya lo que pudo ser no fue, se decí­a resignada. Pero no contó con el plan del dí­a, y mucho menos con que hecho pedazos, vendrí­a luego el tomate a unirse con ella en un guiso magní­fico.